Despertar

Las víctimas de una epidemia de encefalitis hace muchos años han estado en un estado catatónico desde entonces, pero ahora un nuevo fármaco ofrece la posibilidad de reanimarlas. En 1969, el Dr. Malcolm Sayer es contratado como médico clínico en un hospital local del Bronx, a pesar de que su experiencia se limita a la investigación. Este trabajo no es ideal para él, ya que tiene dificultades para relacionarse con las personas, razón por la cual ha centrado su carrera en proyectos de investigación no relacionados con sujetos humanos. El hospital, por su parte, lo contrata más por desesperación que por elección, después de no encontrar a nadie más cualificado que quisiera asumir el puesto. La mayoría de sus pacientes se encuentran en un estado semicatatónico y son alojados en lo que algunos de los auxiliares de enfermería llaman la «sala de jardín», donde solo pueden regarles y alimentarlos.

Con el tiempo, Malcolm observa que algunos pacientes, a pesar de su estado general, responden de maneras inusuales a ciertos estímulos. Al investigar más sobre sus casos, descubre que tienen en común haber padecido encefalitis en las décadas de 1920 y 1930. Sus estados físicos son como si estuvieran atrapados en el tiempo, similar a la enfermedad de Parkinson. A regañadientes, logra convencer a su escéptico jefe, el Dr. Kaufman, de que administre una costosa terapia experimental a un solo paciente con el consentimiento de su familia. Este paciente es Leonard Lowe, un hombre de cuarenta y un años que ha estado en su estado actual desde los once. Su amorosa madre lo ha apoyado incondicionalmente durante todos esos años.

A medida que la terapia farmacológica «despierta» a Leonard, surgen varios problemas. Malcolm debe tratar de convencer a Kaufman y a la administración del hospital de extender el tratamiento a los otros pacientes. Aunque no conocen los efectos a largo plazo, Leonard, quien era consciente de su entorno a pesar de su estado catatónico, puede tener sentimientos encontrados sobre su situación, deseando ser tratado como un ser humano en lugar de como un simple conejillo de indias de la experimentación médica.

La Sra. Lowe puede sentirse desubicada ante el nuevo Leonard, recordándolo como el dulce niño de once años que conoció. A través de todos estos dilemas, lo que a Malcolm le parece más revelador es la necesidad de estimular el espíritu humano, incluyéndose a sí mismo en su relación con los demás, mientras busca conectar con la esencia de cada uno de los pacientes en un viaje que transformará su vida y la de aquellos a su alrededor.