Carros de fuego

Dos atletas británicos, uno un judío decidido y el otro un cristiano devoto, están impulsados por la ambición de triunfar en los Juegos Olímpicos de 1924 mientras lidian con cuestiones de orgullo y conciencia. Durante la era de posguerra, Harold Abrahams y Eric Liddell son velocistas naturalmente talentosos, pero cada uno aborda el atletismo y su lugar en la vida de manera muy diferente.

Harold, hijo de un judío lituano, disfruta de una vida relativamente privilegiada como estudiante en Cambridge. Sin embargo, utiliza su velocidad no solo como un medio para lograr éxito, sino como una herramienta para confrontar las dificultades que enfrenta por ser judío en un mundo que frecuentemente le da la espalda. Aunque es reconocido por sus habilidades atléticas y goza del respeto de sus compañeros, siente que siempre está luchando por ser verdaderamente aceptado. Es un hombre agobiado por las expectativas sociales y las barreras que su religión le imponen, buscando su lugar en un ambiente que a menudo le recuerda su identidad de manera dolorosa.

Por otro lado, Eric Liddell, un escocés nacido de misioneros cristianos en China, es un ferviente miembro de la Iglesia de Escocia que aspira a regresar a su labor misionera. Para él, correr es una manifestación de su fe; la velocidad que posee es vista como un don divino, y su deseo de competir es, en su mente, un homenaje a Dios y a esa habilidad. Sin embargo, esta visión a menudo entra en conflicto con las expectativas de su hermana Jennie, quien considera que el tiempo invertido en el atletismo debería dedicarse a su devoción religiosa.

Los caminos de Harold y Eric se cruzan en diversas competencias nacionales, pero es en la esperada carrera de 100 metros de los Juegos Olímpicos de París en 1924 donde sus destinos se entrelazan de manera crucial. Ambos atletas son conscientes de que sus personalidades y creencias los colocan en un escenario dramático. A pesar de que los estadounidenses Charles Paddock y Jackson Scholz son considerados los favoritos, el enfrentamiento entre Harold y Eric se convierte en un símbolo de la lucha interna entre tradición y modernidad, fe y ambición personal. Las expectativas y la presión se acumulan, poniendo a prueba no solo sus habilidades como corredores, sino también sus principios y el sentido de identidad que cada uno sostiene con tanto fervor.

Este juicio deportivo se transforma en una reflexión sobre la pasión, la fe y la lucha por la aceptación en una sociedad que aún se tambalea entre el cambio y la tradición.