Canción para un chico de los trapos

La historia real de la valentía de un maestro soltero para enfrentarse al régimen disciplinario sádico de un prefecto intocable y otros abusos en un Reformatorio y Escuela Industrial Católica en Irlanda en 1939.

En 1939, William Franklin, un veterano anti-Franco de la sangrienta Guerra Civil Española, llega como el primer maestro laico en un estricto Reformatorio y Escuela Industrial Católica para chicos problemáticos. Desde el principio, se da cuenta de que el desafío académico es monumental, ya que muchos de los jóvenes todavía son analfabetos. Sin embargo, poco a poco, Franklin gana su confianza y respeto, llegando a ser casi objeto de devoción mediante una bondad casi paternal, en marcado contraste con el cruel prefecto, el hermano John, que impone castigos dolorosos y humillantes. Ni el benigno y anciano superior, el Padre Damian, tiene autoridad frente al mandato disciplinario del sombrío obispo Conlon.

A medida que avanza el tiempo, incluso el rebelde de clase, Liam Mercier, comienza a cambiar gracias a su talento para la literatura. Cuando Franklin se atreve a detener el uso del cinturón por parte del sádico que apalea con dureza a los «escoria pecaminosa», el dormitorio entero es castigado con una helada noche al aire libre, con los brazos extendidos y solo en pantalones cortos. La mente del hermano Mac puede tener la intención de educar bien, pero su cuerpo es demasiado débil para la abstinencia. Así, el tímido y atractivo nuevo chico se convierte en su más reciente objeto de deseo, jurando sufrir en silencio, confesando incluso al Padre O’Driscoll su miedo de haber perdido su inocencia durante una violación dolorosa que le cuesta interminables duchas frías, temblando desnudo ante su torturador.

La construcción de un nacimiento para la iglesia del pueblo permite que la clase de Franklin se una, se divierta y gane elogios, pero tras cruzar las líneas prohibidas para abrazarse en la noche de Navidad a través de la pared que separa las secciones de edad, los hermanos Peters son castigados por su «abominación blasfema» con una azotaina pública que deja sus espaldas en carne viva hasta que Franklin logra intervenir. Aún así, el prefecto es capaz de abusos más viles: Liam, quien había enviado a un chico a buscar a Franklin y recibió un libro de dedicación del «comunista», recibe en privado una brutal golpiza en la cara hasta que incluso el hermano Mac, chantajeado en secreto, no puede soportar más la orgía de abuso infantil. Pero Franklin llega demasiado tarde para evitar el horror.